Estaban los dos abrazados acostados bajo la sombra de un gran árbol. Él
la miraba a la cara, observaba cada poro de su piel, la forma de su
nariz, la forma y el color marrón intenso de sus ojos, contó los lunares
que tenía, esos lunares que daban la forma de una pequeña sonrisa, uno
tras otro con forma de media luna que tenía en el lado derecho de su
cuello, también observó bien atento cuántas veces pestañeaba en 5
segundos, en total lo hizo 2 veces, puede que sonara algo extraño pensar
eso, pero para él ese detalle tan insignificante le gustaba, una parte
de su pelo castaño caía sobre el brazo de él, la otra a la hierba, y
ella miraba hacia el cielo. Miraba aquel infinito celeste que había sobre ellos, pensando en lo que le gustaría estar allí con él, y entonces es cuando lo dice:
– Me encantaría poder estar contigo en el cielo, volar los dos cogidos de la mano llevando una gran red, intentando cazar nubes, de la más pequeña a la más grande, todas, todas y cada una de ellas, ¿sabes? Me encantaría estar allí contigo.
– ¿Sabes qué te digo? Que a mí no me hace falta poder volar, no me hacen falta unas alas, porque
cuando te beso, el mundo se vuelve del revés, lo imposible se hace
posible, lo contrario se hace igual, el fuego moja, el agua quema, las
nubes son rígidas. Porque con tan sólo un beso tuyo, me haces elevarme hasta el cielo. –
Y le besa, y de repente se quedan en la nada, en esa nada celeste, en esa nada donde no existe la gravedad, en esa nada que lo es todo, en esa nada donde dos enamorados tocan el cielo
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